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18 marzo 2010

Comentario a "Pedro Páramo" de Juan Rulfo


El autor: Juan Rulfo

En 1934 se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como


agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publicó sus cuentos más relevantes en revistas literarias.(Sayula, México, 1918 - Ciudad de México, 1986) Escritor mexicano. Juan Rulfo creció en el pequeño pueblo de San Gabriel, villa rural dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana (su padre fue asesinado). Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve pero brillante obra.
En los diecisiete cuentos que integran El llano en llamas (1953), Juan Rulfo ofreció una primera sublimación literaria, a través de una prosa sucinta y expresiva, de la realidad de los campesinos de su tierra, en relatos que trascendían la pura anécdota social.
En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real, y obtuvo la que se considera una de las mejores obras de la literatura iberoamericana contemporánea.

La obra: Pedro Páramo
Juan Preciado llega al pueblo de Comala en busca de su padre, el cacique Pedro Páramo, para cumplir con el deseo de su madre. Muy pronto, descubre que el sitio responde a otro espacio; "al cruzar una bocacalle vi una señora envuelta en su rebozo que desapareció como si no existiera" y que si está rodeado de espectro es porque él también está en el tránsito de  pertenecer a ese mundo. Él no conoce a nadie pero todos le reconocen y esperan. Cuando Juan Preciado "muere" y se convierte en otro habitante sin cuerpo, la novela rompe su última atadura con el mundo exterior: Comala es ya un espacio separado de su entorno, sin nadie y superpoblado; lejos, muy lejos, quedan Los Confines.
Los fantasmas de Comala son muy pobres, como el campo en que se mueven, muy católicos, en su humildad tratan tan sólo de que los ayuden con alguna oración a encontrar el descanso eterno y resignados de antemano a que no les den ni siquiera eso. Son muertos a medias, carecen de otro recurso que la queja, los rezos y murmullos con los que buscan salir de ese dañino estado, guardar silencio, morir al fin. Todos ellos vagabundean con gentes que murieron sin perdón, almas solitarias que se han ido de la vida sin alcanzar la muerte. En Pedro Páramo la muerte es la continuidad, gente humilde y resignada, religiosa y de fe, buena pero sin perdón por el totalitarismo de la religión y que sienten que no hay fin a este estado porque "Están nuestros pecados de por medio". No hay el menor sentido de la justicia. Lo único que podría salvarlos sería que un vivo rezara por ellos. La religión sirve de poco para paliar las culpas y nadie puede ser expulsado de ese infierno.
La muerte es deseada, consecuencia del hastío y la impotencia en la vida. Dorotea describe su muerte hablando de su alma no perdonada por sus pecados, le han cerrado las puertas del cielo y solo queda abierta la del infierno: “........Cuando me senté a morir, ella rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: . Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.”
Pedro Páramo no pretende ser una novela histórica; sin embargo, los alrededores de Comala, en los Confines la Historia sigue su camino y alcanza a Comala como el eco de lo externo donde los acontecimientos son posibles. La Revolución Mexicana y la Guerra Cristera  son los acontecimientos externos de la trama. Pedro Páramo apoya causas contradictorias que contribuyen a su fortuna personal y se aprovecha de todas ellas; no hay otro poder que el del patriarca: "todos somos hijos de Pedro Páramo". A medida que el cacique se apodera de más tierras y más mujeres, la región se transforma en un yermo.
Dos tragedias lo hacen vulnerable, la muerte de su hijo Miguel y la pérdida de la única mujer que amó. Susana San Juan es el reverso de los demás personajes del libro y derrota a Pedro Páramo. Susana representa un horizonte inaccesible, la negación del desierto, una mente indómita, todo lo que no es Comala. Siempre ausente, húmeda, lejana, es la vida que debe estar en otra parte.
Tomada, Susana enloquece y se sobrepone a la opresiva realidad de Comala desentendiéndose de ella. En su descalabro arrastra a Pedro Páramo. Ante la pérdida amorosa, el cacique se abandona. Se cruza de brazos y el pueblo se hunde con Pedro Páramo, desmoronado "como un montón de piedras".

Sevilla 17/03/2010

17 marzo 2010

Asistimos a "Turandot" el 17/03/2010


Asistimos a la Opera Turandot.
El pasado día 17 de Marzo tuvimos la dicha de ser invitados por el Teatro Maestranza al ensayo general de la Ópera Turandot lo que nos hizo reunirnos con uno de los mayores acontecimientos operísticos internacionales y de este año en la programación Sevillana.
Todo fue intenso y emotivo. La historia y lo que detrás de ella hubo también es emocionante.
Puccini murió al final de 1924 y la obra no se acabó hasta los primeros meses de 1925 y dejó escrito que moría con la pena de no terminar su obra. ¿Quien la terminó entonces?...pues su alumno predilecto Franco Alfano, del que hace poco disfrutamos de su “Cyrano de Bergerac”.
La historia de Turandot es muy antigua y transmitida por transmisión oral y plasmada en las "Mil y una noche" y desde entonces contada de mil maneras hasta que llegó a Puccini que quiso ponerle música y adaptarla para una ópera despojada de mucho ornamento y cargando en ella mucho dramatismo, y en ese dramatismo está la clave del por qué Puccini puso tanto interés en la historia de la princesa de hielo (él la llamó "viperina").
Resulta que años antes una joven fue acusada de ser amante de Puccini (por la esposa de este, claro), cosa que en aquella época llevaría aparejado el descrédito y ruina del músico y la cárcel para la amante; y antes de hacerle sufrir vergüenza alguna se suicidó. En fin, que esa tragedia la llevó el músico un montón de años y sabiéndose enfermo dijo " ya es hora de inmortalizar a mi amada".

La obra
Obra de una impresionante potencia y modernidad orquestal nada rara en el brillante creador de "Tosca", de "Bohème" o de "Fanciulla" con un canto despojado de ornamentos y cargado con una intensa expresión dramática, "Turandot" supuso también el último gran esfuerzo de un genio, fumador compulsivo, que moría el 24 de noviembre de 1924.
El 25 de abril de 1926, "Turandot", sube a escena en el Teatro alla Scala de Milán con el final previsto por Alfano. Pero, al llegar a la escena de la muerte de Liú, la última que concluyó enteramente Puccini, Toscanini detuvo a la orquesta, se volvió al público y proclamó: "Hasta aquí escribió la mano del maestro...".


ACTO I
La princesa Turandot expone enigmas
Explanada ante las murallas que rodean la Ciudad Impe­rial, en Pekín. Atardece. Un mandarín lee ante el pueblo un decreto donde se ordena que, cuando salga la luna, el príncipe de Persia sea ejecutado y recuerda que, según la ley, quien quiera casarse con la princesa Turandot debe resolver los tres enigmas que ella proponga. El fracaso su­pone la muerte. En el enardecido tumulto de la masa, una muchacha pide auxilio, ya que el anciano al que acompaña ha sido derribado. Un joven, el príncipe Calaf, los socorre y, con gran sorpresa, reconoce en el anciano a su pro­pio padre, el destronado rey tártaro Timur, a quien creía muerto. Ambos hombres se reencuentran con enorme alegría y Timur explica a su hijo cómo la esclava Liü lo ha cuidado en su penoso exilio. El príncipe, conmovido, pregunta a la muchacha la razón de sus sacrificios y ésta se la revela: un día, en el palacio, él le había sonreído. Mien­tras, la multitud llama al verdugo y celebra la llegada de la noche. Las aclamaciones que levanta la presencia del verdugo y sus ayudantes se unen a los cánticos del cortejo que acompaña al príncipe de Persia al lugar en que será decapitado. Al ver la juventud y la dignidad de la víctima, el pueblo muda su furor en piedad y solicita el perdón. También Calaf suma su voz a las de todos. Turandot se asoma unos momentos desde una galería elevada del pala­cio y confirma la sentencia. Calaf, enajenado por la visión de la princesa, pretende golpear el gong que, a los pies de la galería palatina, la llama. Tres ministros del emperador -Ping, Pong y Pang- intentan templar su suicida arrojo. Ni los esfuerzos burlones de los ministros ni las súplicas de Timur y Liü surten efecto. Los fantasmas de los que murieron en el desafío animan a Calaf y éste, enloquecido de deseo y celos, consigue llegar hasta el gong y golpearlo, dispuesto a arriesgar su vida por Turandot.

ACTO II
Cuadro primero
Calaf Nessun dorma
Interior de un pabellón, formado por una amplia tienda. Los ministros especulan sobre la suerte que correrá el nuevo pretendiente. Se lame tan con melancolía del ritual de muerte que domina el imperio, ce versan sobre la vida más serena que podrían llevar en sus respectivas mansiones alejadas de la corte y recuerdan con espanto algunos de que perecieron por la crueldad de la princesa, cuya dureza de corazón les hace desear ardientemente el día en que, al conocer el amor, se enternezca. La agitación del palacio los saca de sus cavilaciones y se dirige desanimados, a presenciar una vez más la ceremonia de los enigmas
Cuadro segundo
Explanada del palacio. El pueblo, los dignatarios y los sabios que cus­todian los rollos donde están escritas las soluciones a los enigmas se congregan en torno al emperador que, desde su trono, ruega al jo­ven que desista de su pretensión. Calaf insiste en afrontar la prueba. Turandot recuerda a todos su decisión de no entregarse a ningún hombre y evoca con terror a una antepasada que fue ultrajada por un invasor y a la que ha decidido vengar. Tras ello, plantea los enigmas a Calaf, que, en un apasionado esfuerzo, consigue resolverlos. El pueblo lo vitorea, pero la princesa, angustiada, pide a su padre - dispuesto a cumplir la ley- que no la entregue al vencedor. Turandot muestra su desprecio al príncipe, quien declara que sólo la quiere rendida por su propia voluntad, por amor, y le propone un trato: si ella consigue des­cubrir su nombre antes del alba, él aceptará considerar nula la prueba y ser ejecutado. El pueblo prorrumpe en alabanzas al emperador y a la nobleza del que tan generosamente se comporta.

ACTO III
Cuadro primero.
Jardín del palacio. A la derecha, el ala de las estancias de Turandot. Noche. El príncipe oye las voces de los heraldos que difunden la orden de la princesa: nadie debe dormir en Pekín hasta que el nombre del extranjero sea descubierto. También las del pueblo, que teme morir sin remisión. Ping, Pong y Pang encabezan un grupo que viene a ofrecer a Calaf mujeres y ri­queza a cambio de que huya, pero el joven se niega. Cuando la violencia de los que lo rodean va a estallar contra él, llegan unos esbirros que han capturado a Timur y Liü, inmediata­mente identificados como acompañantes del príncipe. Ante Turandot, Liü dice ser la única que sabe el nombre deseado. Turandot ordena que se la torture y, asombrada por la resis­tencia de la esclava, le pregunta la procedencia de su fuerza. Liü le revela su amor por el príncipe, grande hasta el punto de inmolarse por su felicidad: arrebata el puñal de un soldado y se quita la vida. La multitud, llena de supersticioso temor, se lle­va su cuerpo. Timur lo acompaña, arrebatado por el dolor. La princesa y Calaf se quedan a solas. El príncipe, enfurecido por la frialdad de Turandot, vence su altiva resistencia, la despoja de su velo y la besa. El contacto del joven quiebra la acerada compostura de la princesa, que llora por primera vez y le rue­ga que no pretenda un triunfo mayor del que ya ha consegui­do. El príncipe pone en sus manos su destino y le descubre su nombre. Turandot, llena de nueva confianza, se dirige, junto a Calaf, a la cita con el emperador.
Cuadro segundo
Explanada frente al palacio imperial. Amanece. El emperador, la corte y el pueblo aguardan el desenlace del desafío. Turan­dot ya conoce el nombre secreto y así lo manifiesta: «¡Su nom­bre es... Amor!». Los amantes se abrazan apasionadamente y el pueblo aclama su dicha con gritos de celebración.