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18 noviembre 2015

"Una dama extraviada" de Willa Cather

Willa Cather (Winchester, Virginia, 1876 - Nueva York, 1947)
Fue una narradora estadounidense cuya obra revela gran sensibilidad poética y poder descriptivo al evocar sus recuerdos de infancia en Nebraska, la dura lucha contra la naturaleza de los inmigrantes colonizadores y las contradicciones entre la ciudad y la tierra. En 1922 fue galardonada con el Premio Pulitzer de novela.
Perteneció a una familia de origen irlandés y alsaciano, y pasó su infancia en Nebraska, durante la época en que esta región occidental fronteriza era colonizada por inmigrantes checos y escandinavos; pasó los años de su formación en medio de aquellos aventureros y campesinos de sangre ardiente, de un vigor y afán de vivir netamente opuestos a la convencional respetabilidad de los norteamericanos; de aquellos hombres captó las esencias de las virtudes humanas básicas: pasión, vitalidad espiritual, “valor personal, magnanimidad y una bella y generosa conducta”.
Cather era de espíritu sensitivo y selectivo, y sus maestros en el ámbito de las letras fueron Flaubert y Henry James. Obstinada e independiente ya desde la niñez, luego de haberse graduado en la Universidad de Nebraska se aprestó a vivir con la mayor intensidad, tanto en su patria como en el extranjero, y se ganó mientras tanto el sustento como periodista, maestra o directora de revistas. También publicó relatos breves y ensayos literarios.

Una dama extraviada

La autora en Una dama extraviada (1923), con gran nostalgia por lo antiguo y tradicional, más que el reflejo de la época busca un modelo ético para sí misma.
Logró en esta obra una gran armonía entre lo que quiere contar y lo que cuenta. Y lo que estas páginas contienen es una doble historia: la del traspaso de poder de los viejos conquistadores del Oeste a los jóvenes sin riesgo y la formación de un chico que tiene como referencia la fascinación y decadencia de una familia.
Ésta es una novela perfecta..... la perfección en la concepción y en la ejecución de un relato; no es frecuente hallar una obra que muestre una relación impecable entre lo que se quiere contar y lo que se cuenta. Hay un tercer elemento: el grado de profundidad ya que desciende sin un titubeo ni una distracción hasta donde lo requiere la intención del autor.
Y ¿cuál es la intención? Hay dos planos de narración complementarios. El primero es el establecimiento de ese escenario de fondo donde se desenvuelve: la relación dramática del traspaso de poder de los viejos conquistadores del Oeste a la generación de 'jóvenes astutos, adiestrados por los tiempos difíciles en economías mezquinas'.
El segundo plano pertenece a un muchacho de 19 años, Niel Herbert, que desde su infancia queda prendado de la casa, la vida y el mundo del capitán Forrester, un pionero del ferrocarril. En una localidad pequeña, los Forrester representan la clase y la elegancia, tanto social como moral; y, en especial, la señora Forrester. Pero no es una historia de amor sino de formación; y la del joven Niel tiene como referencia la fascinación y la decadencia de los Forrester; en especial, de la señora Forrester.
La decadencia de los Forrester comienza con la ruina económica y luego física de un hombre de principios; pero la verdadera decadencia y el conflicto generacional se manifiesta cuando, tras su muerte, se establece un paralelismo entre Marian Forrester 'luchando por salir del agujero' e Ivy Peters, un mezquino y grosero emergente sin escrúpulos, abogado, con quien coincidió sin aprecio Niel en su infancia. Marian e Ivy, cada uno a su modo, se buscan la vida como supervivientes en un mundo donde ya la gente pionera o carece de escrúpulos o perece bajo el peso de ellos. A su vez, Niel e Ivy Peters representan los dos polos de la nueva generación; y como le dice a Niel su tío el juez Pommeroy: 'Hijo, me alegro de que quieras ser arquitecto. No veo carrera respetable para un abogado en este nuevo mundo de negocios que se avecina'.
Cather es una escritora a la que se la ve venir porque no esconde lo que pretende; pero cada llegada es una sorpresa, lo que tiene mayor mérito. Ser misterioso con transparencia sólo es digno de un escritor grande. Valga un ejemplo: cuando Niel descubrirá la infidelidad de Marian está narrada retrasando la previsible llegada de Niel al lugar donde sospechamos lo que está sucediendo por medio de una maravillosa descripción de la naturaleza del campo; este retraso pone sobre aviso al lector, que ya sospecha y deduce aunque no constata; pues bien: no sólo mantiene creciendo paso a paso la escena, sino que, al confirmarse todo, aún es capaz de rematar su sentido especificando el sentimiento de Niel: 'No era un escrúpulo moral lo que ella había profanado, sino un ideal estético'.
 (Extracto de lo publicado en El País 16/11/2002)